Hacia el Foro de Roma: «El extranjero que nos habita»

 

El extranjero que nos habita

 

Manuel Fernández Blanco*

 

El sujeto es un extranjero para sí mismo. Lo es por su síntoma. El síntoma neurótico, el síntoma común, por lo tanto, es un cuerpo extraño, rechazado por el mismo que lo alberga. Por eso el síntoma es egodistónico. El sujeto no puede reconocerse en algunos de sus pensamientos y deseos. Todos estamos presos de tentaciones que juzgamos inaceptables y que nos hacen odiosos para nosotros mismos. Por eso el racismo y la intolerancia empiezan por uno mismo.

El racismo es una pasión del ser, porque está conectado con el odio, con el odio visceral ya que toma al cuerpo. Jacques Lacan nos ha proporcionado una definición muy simple y esclarecedora del racismo cuando ha situado, en el origen de todo racismo, lo insoportable del goce del Otro. Lo insoportable de que el Otro no sea Uno, de que no sea como nosotros, y de que no goce de acuerdo con nuestra tradición. La tradición es siempre un modo de ordenamiento del goce. La tradición nos dice cuántas fiestas hay que hacer, cómo desarrollarlas, o si se puede tener una o más mujeres. Pero, ¿qué ocurre cuando la poligamia es practicada en París, tal como refería Giovanni Sartori en La sociedad multiétnica, por cerca de doscientas mil familias islámicas?[1] Ocurre que el buen modo de gozar, el modo ordenado de gozar, se ve amenazado desde el exterior, pero el peligro es percibido como interno. Lo que la clínica psicoanalítica nos enseña es que ese peligro, que se puede sentir proviniendo de fuera, puede aparecer igualmente proviniendo del interior del sujeto. El sujeto puede sentir como extranjera su propia interioridad, hasta el punto de enfermar de eso. El sujeto no se reconoce, a sí mismo, cuando siente el empuje a gozar de modo inadecuado, en contradicción con sus propios valores e ideales. Así, el goce propio lo divide, aparece como íntimo y extraño al mismo tiempo. Es la extrañeza del goce innombrable que nos habita: lo más extraño puede ser, o tocar, a lo más íntimo y suscitar el odio, incluido el odio a nosotros mismos. Lacan inventó un neologismo para nombrar este fenómeno: le llamó extimidad. Ese Otro, irreconocible pero que nos habita, hace vacilar la identidad del sujeto, lo agita y suscita el odio, el odio pulsional.

El rechazo a que el Otro goce de un modo diferente, fundamento de todo racismo, es el rechazo de algo íntimo que aparece en el exterior. El Otro puede suscitar nuestra compasión y solidaridad, se lo puede aceptar, incluso amar, cuando está lejos, separado. Por eso, este modo de goce diferente no siempre produce odio, racismo o xenofobia. Es más, puede producir fascinación e imitación si está lejos. El goce del Otro, cuando está lejos, se llama exotismo. Ese mismo goce produce xenofobia cuando está próximo, vecino, en casa. Es entonces, cuando está cerca, cuando no podemos reconocernos en él y pasamos a vivirlo como amenazante y atentatorio de la unidad (nacional o del yo). El mismo sujeto que disfruta con el exotismo del Magreb, puede no tolerar al magrebí de vecino. Querría al otro si no fuera Otro, si se transformara en lo mismo que yo y abandonara el goce que lo hace Otro. Pero no lo hace y, así, la idiosincrasia se transforma en odiosincrasia, término que le debemos a Amanda Goya.[2] Este odio, responde a la lógica según la cual el sujeto siente que ese Otro goza excesivamente pero, además, a su costa. Siente que el Otro viene a aprovecharse de lo suyo, sin pagar el precio correspondiente. Siente, por ejemplo, que va a quedarse con su trabajo, o siente la amenaza de perderlo porque trabaja más que él y por un salario menor. El Otro le arrebata, le sustrae, una parte de su goce.

Es importante también señalar que se puede aproximar el sexismo al racismo, ya que el goce femenino aparece como un goce radicalmente diferente, rebelde a la lógica fálica. Hombres y mujeres no gozan de la misma manera. Esto es lo que puede permitir hablar del racismo estructural entre los sexos. De lo difícil que se hace soportar que el Otro no sea Uno. Sabemos que, en ocasiones, esto deriva en situaciones dramáticas.

*Psicoanalista de la AMP (ELP)

[1] Sartori, Giovanni: La sociedad multiétnica. Pluralismo, multiculturalismo y extranjeros, Madrid, Taurus, 2001, p. 118.

[2] Goya, Amanda: “Odiosincrasia”, en: Jornadas de trabajo sobre clínica. “Clínica de la violencia”, textos editados por la Sección Clínica de Madrid-ICF y la Sección de Madrid de la Escuela Europea de Psicoanálisis, pp. 107-112.

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