¿Existe la “gente normal”?

¿Existe la  “gente normal”?

José R. Ubieto*

 

Hace unos días, el político del PP Xavier García-Albiol proponía “cerrar TV3 y abrir la televisión con gente normal”, frase que provocó no pocos comentarios y algún que otro interrogante. ¿Quién es la gente normal, cómo se puede medir esa normalidad y, sobre todo, existen?

Dejando de lado las cuestiones políticas más directamente partidistas, de las que otros ya se ocupan, vale la pena reflexionar sobre ese sintagma, “gente normal”,  porque tiene toda su importancia y actualidad.

La “gente normal” es otra forma de aludir al “hombre de la calle” o al “ciudadano medio”, recursos retóricos muy usados, por unos y otros, que parecen conferir una legitimidad y un soporte incontestable al que los usa.  ¿Quién estaría en contra de la gente normal, gente de la calle y de matices moderados, el justo medio aristotélico?

Su fuerza está en su aparente “naturalidad”, parece tan obvio a qué alude que no hace falta justificar su significado. El psicoanalista Jacques Lacan dudaba de su existencia y, con ocasión de una entrevista a la revista Panorama en 1974, le respondía a la periodista: “Cuando escucho hablar del hombre de la calle, de los sondeos, de los fenómenos de masa y otras cosas parecidas, pienso en todos los pacientes que he visto pasar por el diván a lo largo de cuarenta años de escucha. No hay uno solo que sea parecido a otro, ninguno con la misma fobia, la misma angustia, la misma manera de relatar, el mismo miedo a no entender. El hombre medio, ¿quién es? ¿Yo, usted, mi conserje, el presidente de la república?”

Otra forma de decir que esa supuesta normalidad no va mucho más allá de una ilusión. Pero la idea de “gente normal, hombre de la calle” tenía ya su recorrido, que nos lleva a los primeros ideales democráticos forjados en Norteamérica. Los colonos y primeros emigrantes, huidos de la aristocrática y vieja Europa, concebían la política como una cuestión moral donde primaba la fe sobre el intelecto. El anti-intelectualismo (R. Hofstadter) formó parte de esta joven democracia que despreciaba la inteligencia, atribuida a las élites y los expertos. En su lugar, lo militar se constituyó como virtud cívica.

Luego vino la idealización del business management y el self made man, un hombre normal, salido de la calle, que se hace a sí mismo un triunfador. Abajo la filosofía, resto de esa Europa que los humilló, y bienvenida la utilidad, el lado práctico de la vida. Vanderbilt o Carnegie fueron esos hombres medios que hicieron fortuna sin cultura alguna. Solos con sus méritos y con una gran fe religiosa que los convirtió en hombres prácticos, sin demasiado pensamiento en que perderse.

Allí nació una nueva religión, hoy tan de moda: la autoayuda, manual básico de la gente normal. Uno vale por sus méritos personales y lo colectivo queda en segundo plano. La gente normal se rige por la mística de la cifra, un cálculo estadístico que pone a cada uno en su lugar. Fue precisamente en esta época, en la que los tests dieron legitimidad científica a la segregación de los pobres. En nombre de esa normalidad estadística, y pseudocientífica, los “anormales” quedaron marginados.

Como me decía un joven paciente, calificado de un poco raro por sus profesores, “la serie que más me gusta es ‘La que se avecina’ porque allí son todos raros, todos”. Vaya, como la vida misma.

*Psicoanalista, miembro de la AMP (ELP).

Publicado en el diario La Vanguardia el 1/12/2018

http://www.lavanguardia.com/vida/20171201/433288539113/existe-la-gente-normal.html

 

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